24 mayo 2014

Mi a-MAR es Azul


No me importa. No, no. Escúcheme un poco más. Temo al matrimonio, como temo a la vejez y a la muerte. Como al vestido blanco y a lo cotidiano. Temo despertar de mañana y ver que mis días se han vuelto iguales. Repetir las acciones del día anterior. Temo tanto a lo mecanizado. Por eso huyo, no se asuste, no hay nada que no tenga solución. Todo pasa y se olvida.
-Nada como un poco de sol para alegrar el día ¿No cree? Los días pasan como agua. Corren por mis manos. Yo podría vivir sin problemas cerca del mar. La infinidad del azul me transporta a mundos inmortales.
Pero déjeme contarle, hoy recuerdo con tristeza. ¿Cómo dijo que se llamaba? −Ah sí, Homosapiens, eso dijo- cuando se presentó por primera vez. −¿Homo qué? –Pregunté-, y él rió. Comíamos helado en las tardes de domingo, mantecado para ser exacta. Me leía poemas de un tal Gonzalo Rojas, que no era mexicano y me tenía embobada por horas.
Lo recuerdo trágicamente. En un domingo raro fue que lo conocí, un poco parecido a este. Antes de verlo me topé a Luis y me sacó de mis pensamientos por unos momentos, me dijo que mi comportamiento era raro. Yo no entiendo como la gente se encierra en casa los días llenos de luz, le respondí. Pero eso a él no le importó. Y me contó de las mujeres que ofrecían sus servicios amatorios en pleno día. Principalmente los domingos.
−Qué haces sentada en una banca tanto tiempo.
−Observo a la gente. –respondí-. Y él miro a su alrededor y no encontró nada.
La gente es distinta, mírala. Existe una taxonomía de colores. Hay personas naranjas, otras verdes, otras blancas, otras multicolores y hay también personas grises. Temo tanto convertirme en una persona gris. Mírame. Hoy es domingo, tengo amigos, gente que me quiere y me empeño en observar otras vidas que ni anhelo ni quiero.
−Qué rara eres volvió a repetir. Pero linda. Eres toda una mujer hermosa.
−La belleza me vale pito, Luis, que nos ves que te estoy hablando de los colores de la gente y tú te pones a alabarme.
Luis me contó de sus hijos, de su divorcio inminente, de su futuro. Su ex esposa no soportó tanta incertidumbre de su parte y lo dejó. Luis siempre quiso ser joven y vivir la vida como hippie. Los hijos crecen y hay que darles de comer, le dijo ella cuando lo corrió de casa y le azotó la puerta en la cara. Ella no lo amaba, nunca lo amó pero quedó embaraza y tuvieron que casarse. Luis luchaba por no volverse gris o por lo menos yo así lo percibía. Me contó que hubo un tiempo en qué viajó por el mundo. Que hablaba inglés porque lo aprendió de oídas y que tuvo mujeres pese a la cara que tenía. Yo lo miraba intentando darme una lección de vida. Él buscaba justificarse conmigo, darme a entender, al contarme sus vivencias, el porqué seguía buscando sin encontrar.
Acabada la terapia, Luis me dijo que se debía marchar. Que tenía cosas importantes que hacer, como comer solo en un restaurant, solo recalcó. Y yo recordé esa frase del abuelo a la que tanto miedo le tuve: “El que come solo, muere solo”.
Luis se fue y apareció el misterioso. Se acercó con intenciones de abordarme como un galán de película mexicana.
−¿A cómo la hora? Preguntó. Ya Luis me había advertido de lo que piensan los hombres cuando ven mujeres solas en los parques.
−¿Qué, a poco no te dedicas a eso? Pensé en mi ropa, sí, seguramente hoy me vestí muy provocativa o quizá se me olvidó otra vez ponerme calzones. De repente entendí que para representar un papel debes creértelo completamente y portarlo con actitud. Me paré y sonreí.
Los parques siempre me han gustando en los días de sol. Debería cumplir un horario de 8 horas para dejar de pensar en tanta cosa que circula por mi mente. La gente que trabaja es productiva no ociosa como yo. La gente que trabaja llega cansada a casa y no piensa más que ver la tele, cenar y dormir y algunas veces coger. La gente que trabaja no se detiene a pensar que los días pasan como el agua y que ninguno es igual al anterior.
−¿Cómo te llamas?
−Me llamo como usted quiera. Puedo ser Carla, Sandy o Roxana. –Dije con sarcasmo. Ese diálogo lo vi en una película hollywoodense. Vaya cosa. Esperaba como respuesta un no juegues conmigo. Como respondió Richard Gere en Mujer bonita. Pero él dijo las palabras mágicas.
−Yo me llamo Homosapiens.
−¿Homo qué? –pregunté. Y rió estrepitosamente. Sí, soy un hombre sapiens, el primero de la especie. Y supe inmediatamente, pese a toda ofensa, que su color era azul.
Recuerdo que mis días se volvieron multicolores a su lado. Nunca antes había vivido algo así, él entendió perfectamente mi taxonomía de colores y me asignaba uno distinto para cada día de la semana y yo era feliz a su lado. Hubo martes rojos, viernes amarillos, jueves verde esmeralda y sábados tan azules que duraban hasta el domingo e inclusive hasta el lunes.
−Nunca me otorgues el gris. Lucho por no ser un ser gris. No uso ese color ni para vestir, me parece aún más trágico que el negro. El negro es luto y hasta elegante dice mi madre. Sabía con toda elegancia que los días de colores acabarían. “Nada es para siempre” dicen siempre las canciones de pop.
Mi mejor día fue ese viaje a la playa. ¿Recuerdas las rocas con formas de hombrecitos? Le pregunté de regreso a casa. Él respondió con un “claro, nunca las olvidaré, yo podría vivir siempre en el mar”. Y yo, al oír eso, suspiré como las quinceañeras de mi barrio.
Los ideales se pierden con la esperanza del dinero. Mi ociosidad me hizo leer a ese Rojas y muchos más. Mi maestro se limitaba a darme libros y más libros. Era algo así como Pigmalión y me esculpía. Debo confesar que primero me contaba los mitos como si fuesen historias que cuenta un padre a su hija para dormir. Pero poco a poco me daba a leer más y me hablaba menos. Tenía rachas en que sólo me usaba para el sexo sin hablarme. Incluso eso me gustaba. Empezaba a amar todo de él. No existe el color negro pensé, es sólo ausencia de luz y mi luz poco a poco se iba apagando.
Ya no visitaba parques los domingos. Mis lecturas aumentaban. Incluso empecé a sentir amor por las obras de arte. La Mona Lisa pese a todo el reconocimiento que tiene como obra de arte me parece tan gris. Es como neutra. No es triste pero tampoco sonríe. Creo que la filosofía shakiresca la define perfectamente: “Por ti me quedé como Mona Lisa, sin llanto y sin sonrisa”.
Mi Homosapiens esperaba mucho de mí y eso me colmaba. Hacía viajes al extranjero y me abandonaba por semanas. Él acabó con mi interés por observar a la gente y sólo me dejaba libros y libros por leer. –Lee, me decía, ahí encontrarás la respuesta al comportamiento de la gente y yo obedecía.
No me recuerdo como una mujer de carácter fuerte. Nunca. Y menos con mi Homosapiens, él escogía el menú del día, los museos, los restaurantes y hasta las obras de teatro. Yo nunca pensé lo aburrido que podían resultar las presentaciones de libros, adulación de uno para otro y del otro para el uno. En fin. Nunca lo dejé ni por error escoger mis zapatos ni mi ropa, sería trágico llegar a ese punto. Pero que escogiera todo lo demás, a diferencia de lo que muchas mujeres pueden pensar, me ahorraba el trabajo, era como el padre que nunca tuve, el que me guiaba. Pero los padres no se cogen a sus hijas, o por lo menos así debe ser.
Me he dado cuenta que olvidé por completo el sabor de la rumba. Mi amor azul se ha ido apagando. Pero sin él estaría sola, como cortinas viejas: tristes y aburridas. Hoy he vuelto a los domingos del parque. Hay días que veo a Luis diciéndome que soy rara, pero ya no menciona que sea bella. Creo el gris a invadido mis venas y mi luz poco a poco se ha ido infectando.
−No me importa, no, no. Podemos llegar a un precio. Sólo escúcheme un poco más.


Publicado en la Revista Plan de los Pájaros.

1 comentario:

drkmarvin dijo...

Bastante interesante, digerirlo te confesaré me tomó mi tiempo y al termino de la última línea solo puedo suspirar y pensar que has hecho un excelente trabajo, pensar en el gris y en porqué un verde esmeralda. . . Gracias por tan lindas letras :*

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