Él escribía una novela sobre
ella. Quería crearla y recrearla de nuevo. Él escribía sobre una mujer que amó,
que amaba y que amaría. Fue Pigmalión en un tiempo: la inventó a su imagen y
semejanza. Ella desapareció simple y sencillamente porque quiso conocer el
mundo. Y ahora él la inventa en esta novela. Crea y recrea amantes para ella. Él en realidad no
sabe ni sabrá dónde se encuentra. Le duele tanto el insomnio como a la otra. Él
quiere que ella sufra por lo menos en la ficción, que sienta el dolor del
engaño, que sea como el judío errante: de amante en amante sin encontrar eso
que llaman amor. Que un día piense que la libertad no era necesaria, que se
harte y asqueé de libertad y la vomite y repita su nombre y vuelva al hogar
pidiendo perdón. Que descubra que no hay más allá.
Él quiere eso y más, pero en sus pesadillas, ella es feliz con un hombre feo, llenos de barros en la cara, muy gordo e inerte.
De: Amores fragmentados
Él quiere eso y más, pero en sus pesadillas, ella es feliz con un hombre feo, llenos de barros en la cara, muy gordo e inerte.
De: Amores fragmentados
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