Yo,
con ganas de verla. Iba manejando una calle angosta, un tope me detuvo, de
pronto pensé que habían pasado veinte años. Cómo quiero verla ahora, ¡qué ganas
de verla ahora madre!
Y
de repente, apareció, como una diosa o un fantasma.
No,
un fantasma no, los fantasmas únicamente son sombras blancas y ella iluminaba
la tarde. Le pité varias veces, no me miraba, ni siquiera pensó que aquellos
pitidos fueran para ella. Me estacioné, dejé a mi madre esperando, me sentí un
colegial, un muchacho de veintialgo de nuevo.
La
esperanza renacía, movía las manos de un lado a otro, las piernas me temblaban,
de nuevo pensaba, veinte años han pasado y la llama sigue igual. Yo siempre me
he caracterizado por ser un hombre caliente, de esos que si pudieran
tendrían sexo todo el día, y ahora a más
de cincuenta, ella apareció.
De: Amores fragmentados