No me importa. No, no. Escúcheme un poco más. Temo al
matrimonio, como temo a la vejez y a la muerte. Como al vestido blanco y a lo
cotidiano. Temo despertar de mañana y ver que mis días se han vuelto iguales.
Repetir las acciones del día anterior. Temo tanto a lo mecanizado. Por eso
huyo, no se asuste, no hay nada que no tenga solución. Todo pasa y se olvida.
-Nada
como un poco de sol para alegrar el día ¿No cree? Los días pasan como agua.
Corren por mis manos. Yo podría vivir sin problemas cerca del mar. La infinidad
del azul me transporta a mundos inmortales.
Pero
déjeme contarle, hoy recuerdo con tristeza. ¿Cómo dijo que se llamaba? −Ah sí,
Homosapiens, eso dijo- cuando se presentó por primera vez. −¿Homo qué? –Pregunté-,
y él rió. Comíamos helado en las tardes de domingo, mantecado para ser exacta.
Me leía poemas de un tal Gonzalo Rojas, que no era mexicano y me tenía embobada
por horas.
Lo
recuerdo trágicamente. En un domingo raro fue que lo conocí, un poco parecido a
este. Antes de verlo me topé a Luis y me sacó de mis pensamientos por unos
momentos, me dijo que mi comportamiento era raro. Yo no entiendo como la gente
se encierra en casa los días llenos de luz, le respondí. Pero eso a él no le
importó. Y me contó de las mujeres que ofrecían sus servicios amatorios en
pleno día. Principalmente los domingos.
−Qué
haces sentada en una banca tanto tiempo.
−Observo
a la gente. –respondí-. Y él miro a su alrededor y no encontró nada.
La
gente es distinta, mírala. Existe una taxonomía de colores. Hay personas
naranjas, otras verdes, otras blancas, otras multicolores y hay también
personas grises. Temo tanto convertirme en una persona gris. Mírame. Hoy es
domingo, tengo amigos, gente que me quiere y me empeño en observar otras vidas
que ni anhelo ni quiero.
−Qué
rara eres volvió a repetir. Pero linda. Eres toda una mujer hermosa.
−La
belleza me vale pito, Luis, que nos ves que te estoy hablando de los colores de
la gente y tú te pones a alabarme.
Luis
me contó de sus hijos, de su divorcio inminente, de su futuro. Su ex esposa no
soportó tanta incertidumbre de su parte y lo dejó. Luis siempre quiso ser joven
y vivir la vida como hippie. Los hijos crecen y hay que darles de comer, le
dijo ella cuando lo corrió de casa y le azotó la puerta en la cara. Ella no lo
amaba, nunca lo amó pero quedó embaraza y tuvieron que casarse. Luis luchaba
por no volverse gris o por lo menos yo así lo percibía. Me contó que hubo un
tiempo en qué viajó por el mundo. Que hablaba inglés porque lo aprendió de
oídas y que tuvo mujeres pese a la cara que tenía. Yo lo miraba intentando
darme una lección de vida. Él buscaba justificarse conmigo, darme a entender,
al contarme sus vivencias, el porqué seguía buscando sin encontrar.
Acabada
la terapia, Luis me dijo que se debía marchar. Que tenía cosas importantes que
hacer, como comer solo en un restaurant, solo recalcó. Y yo recordé esa frase
del abuelo a la que tanto miedo le tuve: “El que come solo, muere solo”.
Luis
se fue y apareció el misterioso. Se acercó con intenciones de abordarme como un
galán de película mexicana.
−¿A
cómo la hora? Preguntó. Ya Luis me había advertido de lo que piensan los
hombres cuando ven mujeres solas en los parques.
−¿Qué,
a poco no te dedicas a eso? Pensé en mi ropa, sí, seguramente hoy me vestí muy
provocativa o quizá se me olvidó otra vez ponerme calzones. De repente entendí
que para representar un papel debes creértelo completamente y portarlo con
actitud. Me paré y sonreí.
Los
parques siempre me han gustando en los días de sol. Debería cumplir un horario
de 8 horas para dejar de pensar en tanta cosa que circula por mi mente. La
gente que trabaja es productiva no ociosa como yo. La gente que trabaja llega
cansada a casa y no piensa más que ver la tele, cenar y dormir y algunas veces
coger. La gente que trabaja no se detiene a pensar que los días pasan como el
agua y que ninguno es igual al anterior.
−¿Cómo
te llamas?
−Me
llamo como usted quiera. Puedo ser Carla, Sandy o Roxana. –Dije con sarcasmo.
Ese diálogo lo vi en una película hollywoodense. Vaya cosa. Esperaba como
respuesta un no juegues conmigo. Como respondió Richard Gere en Mujer bonita. Pero él dijo las palabras
mágicas.
−Yo
me llamo Homosapiens.
−¿Homo
qué? –pregunté. Y rió estrepitosamente. Sí, soy un hombre sapiens, el primero
de la especie. Y supe inmediatamente, pese a toda ofensa, que su color era
azul.
Recuerdo
que mis días se volvieron multicolores a su lado. Nunca antes había vivido algo
así, él entendió perfectamente mi taxonomía de colores y me asignaba uno
distinto para cada día de la semana y yo era feliz a su lado. Hubo martes rojos,
viernes amarillos, jueves verde esmeralda y sábados tan azules que duraban
hasta el domingo e inclusive hasta el lunes.
−Nunca
me otorgues el gris. Lucho por no ser un ser gris. No uso ese color ni para
vestir, me parece aún más trágico que el negro. El negro es luto y hasta
elegante dice mi madre. Sabía con toda elegancia que los días de colores
acabarían. “Nada es para siempre” dicen siempre las canciones de pop.
Mi
mejor día fue ese viaje a la playa. ¿Recuerdas las rocas con formas de
hombrecitos? Le pregunté de regreso a casa. Él respondió con un “claro, nunca
las olvidaré, yo podría vivir siempre en el mar”. Y yo, al oír eso, suspiré
como las quinceañeras de mi barrio.
Los
ideales se pierden con la esperanza del dinero. Mi ociosidad me hizo leer a ese
Rojas y muchos más. Mi maestro se limitaba a darme libros y más libros. Era
algo así como Pigmalión y me esculpía. Debo confesar que primero me contaba los
mitos como si fuesen historias que cuenta un padre a su hija para dormir. Pero
poco a poco me daba a leer más y me hablaba menos. Tenía rachas en que sólo me
usaba para el sexo sin hablarme. Incluso eso me gustaba. Empezaba a amar todo
de él. No existe el color negro pensé, es sólo ausencia de luz y mi luz poco a
poco se iba apagando.
Ya
no visitaba parques los domingos. Mis lecturas aumentaban. Incluso empecé a
sentir amor por las obras de arte. La Mona Lisa pese a todo el reconocimiento
que tiene como obra de arte me parece tan gris. Es como neutra. No es triste
pero tampoco sonríe. Creo que la filosofía
shakiresca la define perfectamente: “Por ti me quedé como Mona Lisa, sin
llanto y sin sonrisa”.
Mi
Homosapiens esperaba mucho de mí y eso me colmaba. Hacía viajes al extranjero y
me abandonaba por semanas. Él acabó con mi interés por observar a la gente y
sólo me dejaba libros y libros por leer. –Lee, me decía, ahí encontrarás la
respuesta al comportamiento de la gente y yo obedecía.
No
me recuerdo como una mujer de carácter fuerte. Nunca. Y menos con mi Homosapiens,
él escogía el menú del día, los museos, los restaurantes y hasta las obras de
teatro. Yo nunca pensé lo aburrido que podían resultar las presentaciones de
libros, adulación de uno para otro y del otro para el uno. En fin. Nunca lo
dejé ni por error escoger mis zapatos ni mi ropa, sería trágico llegar a ese
punto. Pero que escogiera todo lo demás, a diferencia de lo que muchas mujeres
pueden pensar, me ahorraba el trabajo, era como el padre que nunca tuve, el que
me guiaba. Pero los padres no se cogen a sus hijas, o por lo menos así debe
ser.
Me
he dado cuenta que olvidé por completo el sabor de la rumba. Mi amor azul se ha
ido apagando. Pero sin él estaría sola,
como cortinas viejas: tristes y aburridas. Hoy
he vuelto a los domingos del parque. Hay días que veo a Luis diciéndome que soy
rara, pero ya no menciona que sea bella. Creo el gris a invadido mis venas y mi
luz poco a poco se ha ido infectando.
−No me importa, no, no. Podemos llegar a un precio. Sólo
escúcheme un poco más.Publicado en la Revista Plan de los Pájaros.
1 comentario:
Bastante interesante, digerirlo te confesaré me tomó mi tiempo y al termino de la última línea solo puedo suspirar y pensar que has hecho un excelente trabajo, pensar en el gris y en porqué un verde esmeralda. . . Gracias por tan lindas letras :*
Publicar un comentario